¿ME VOY A MEJORAR?

Dr. Rafael Estay Toloza

A menudo los pacientes me pregunta lo anterior. En un primer nivel lo que están preguntando es si se van a ver libres de síntomas (los más frecuentes son la angustia, la disminución del ánimo, la irritabilidad, el insomnio, la pérdida de la memoria y no poder concentrarse). Pero no nos olvidemos que los síntomas psíquicos son como los dolores físicos. Nos señalan que algo está mal. Así como no ignoraríamos el dolor del tobillo que nos indica que nos lo hemos torcido y que es mejor que no salgamos a trotar hasta que nos curemos, tampoco tenemos que ignorar las llamadas de alerta de la psique. Por supuesto que, siguiendo con el ejemplo anterior, podemos tomar medicamentos que nos calmen el dolor e igual usar el tobillo ignorando el daño que le podemos causar. Con la psique es similar.

Afortunadamente, tenemos llamadas de alerta que nos señalan el desequilibrio psíquico, pues eso es lo que son los síntomas psíquicos; están destinados para que se les preste adecuada atención y que podamos restaurar el equilibrio perdido y el funcionamiento adecuado que nos permita desplegar todas nuestras potencialidades.

Podemos ignorar esas llamadas de atención, el problema es que mientras más lo hacemos más daño nos vamos causando y más restringidos y temerosos nos comportamos. Hasta puede llegar el caso en que dejemos de percibir los síntomas porque estos han desaparecido debido a que la psique se agotó de hacernos atinar.

Entonces, es bueno que usemos los síntomas a nuestro favor. No es una sabia decisión que continuamente los tapemos en base a medicamentos. Todos pasamos por momentos difíciles en nuestras vidas y no tiene nada de malo que transitoriamente nos apoyemos en fármacos. Así mismo, hay ciertas patologías que necesitan el tratamiento a largo plazo -y probablemente de por vida-, con medicamentos (por ejemplo, las depresiones mayores, las enfermedades bipolares, la esquizofrenia, etc.) y sería absolutamente erróneo privarse de su ayuda.

No obstante, y retomando el ejemplo del tobillo, puede que ya no nos duela, pero eso no quiere decir que estemos sanos. Para realmente estarlo, tenemos que convencernos de que lo estamos. Es decir, tenemos que probar al tobillo, sometiéndolo a exámenes de rendimiento hasta que en algún momento sencillamente nos deje de preocupar. Esto va a acontecer cuando nuestra psique deje de considerarlo algo especial, deje de estar preocupada por su buen rendimiento y lo asemeje al resto del cuerpo. O sea,  mantenga con el tobillo una atención igual que la que tiene con las otras partes del cuerpo, y no una atención especial.

Con las enfermedades psíquicas sucede algo parecido. El estar libre de síntomas es un paso importante sin que implique necesariamente que estamos sanos. Puesto que nos tenemos que convencer que lo estamos, y, obviamente, que ese convencimiento no sea un engaño a nosotros mismos. El Yo de la persona tiene que funcionar sin la carga que significó la enfermedad que estaba expresando los síntomas que tenía. Tiene que volar libre y, si no sabe hacerlo, tiene que aprenderlo. Primero a pequeños pasos, pequeños intentos que lo vayan fortaleciendo y librándolo del temor a abrirse a nuevas posibilidades y formas.

Es que el Yo es preciso que aprenda a estar sano incluso teniendo una enfermedad crónica detrás, por ejemplo, una enfermedad bipolar. Con un tratamiento que combine lo farmacológico con lo psicoterapéutico, un enfermo bipolar puede funcionar normalmente, lo que no quiere decir que su enfermedad de base, su susceptibilidad genética, haya desaparecido, pero está controlada.

Teniendo una enfermedad crónica la sanidad del yo se expresará en seguir lo más fidedignamente posible las indicaciones para mantener controlada su patología, y así poder desarrollarse utilizando todos los espacios libres disponibles que no vayan a producir un resurgimiento de la enfermedad de base.

El Yo puede estar habitando un cuerpo y/o una mente que esté más o menos enfermo pero eso no tiene que ser un impedimento para su propia salud. Va a estar sano aquel Yo que sienta, en lo profundo de sí, que está armonizado consigo mismo, que ha desarrollado sus potencialidades y que, aún estando limitado por razones precisas, como puede ser una enfermedad, ha podido desplegarse libremente. Esa sensación se acompaña de paz y de una sutil corriente de alegría permeando cada acto del ser.

Mientras no logremos lo anterior, independiente de si necesitamos tomar fármacos, no vamos a estar realmente sanos.

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LA CAPACIDAD PARA ESTAR SOLO

Dr.Rafael Estay Toloza

Antes que el niño sea, su primer contacto es con el pecho de la madre que le presta su primera representación de ser, incluso antes de que sea sentida una diferencia entre el ser y la madre.

En 1958 Donald Winnicott publica un artículo llamado “La capacidad para estar solo” (1) donde postula que dicha capacidad “constituye uno de los signos más importantes de madurez en el desarrollo emocional” y que en la literatura psicoanalítica se ha escrito mucho más sobre el miedo a estar solo o sobre el deseo a estar solo que sobre la capacidad para estar solo y los aspectos positivos que conlleva.

Estamos hablando de la capacidad del self para estar solo consigo mismo. Pero antes de eso tiene que haber aparecido el yo. En un comienzo la identidad personal es sólo una potencialidad. Para Winnicott hay un potencial de desarrollo heredado primario que se manifiesta como una fuerza para el desarrollo físico y psicológico. Hay una unidad soma-psique sobre la que se aloja la mente. Los procesos de maduración tienen una base biológica, “Existe una pulsión biológica tras el progreso” y que este progreso “arranca en fecha ciertamente anterior al nacimiento”(2).

En un primer momento habría una “soledad esencial” en que no hay un yo suficientemente maduro como para experimentar dicho estado. Lo que se le manifiesta al infante es una angustia de aniquilación o angustia inconcebible cuyo origen son las pulsiones biológicas no tramitadas de manera adecuada por el yo auxiliar de la madre. No obstante, en un estado normal la unidad madre-hijo es capaz de prestar las condiciones necesarias para que se pueda ir expresando el desarrollo genético del yo (3). Winnicott señala “la experiencia de soledad puede producirse en una etapa muy temprana, cuando la inmadurez del yo es naturalmente equilibrada por el yo auxiliar de la madre” (1) y más adelante agrega “Los infantes llegan a ser de manera diferente, según las condiciones sean favorables o desfavorables. Al mismo tiempo, esas condiciones no determinan el potencial de la criatura. Este es heredado y resulta legítimo estudiarlo como un tema separado,  siempre y cuando se acepte que el potencial heredado por un infante no puede convertirse en un infante a menos que esté vinculado con el cuidado materno”(4). Vemos como subraya la importancia esencial de la madre. Ella es la que le va a posibilitar las primeras experiencias de estar solo en comunicación consigo mismo y, lo que es fundamental, sin necesidad de reaccionar al medio sin la metabolización necesaria. Las posibilidades son o ser o reaccionar.

En el período más primitivo describe 3 etapas de dependencia (3,4) : Dependencia absoluta en que no hay ningún control por parte del infante, ni siquiera puede ser consciente de los cuidados maternos y sólo es testigo de la homeostasis o las perturbaciones. La segunda etapa es de dependencia relativa en que ya se da cuenta de los cuidados maternos como una extensión de sus impulsos personales, es decir, ya ha comenzado la existencia del yo, y “en un tratamiento psicoanalítico, puede reproducirlos en la transferencia.” La última etapa la denomina Hacia la independencia donde ya existe un yo con las herramientas necesarias para postergar la satisfacción de necesidades sin verse envuelto en angustias aniquilatorias. Ya hay interiorizados objetos buenos en quienes apoyarse.

Ahora bien, ¿cuando podemos hablar de un yo?. Winnicott se pregunta“¿existe un yo desde el principio?” y se responde “La respuesta es que el principio está en el momento en que empieza el yo” (4) y ese principio estaría en la etapa de dependencia relativa. Antes existe una potencialidad que podría recordar a lo que algunos llaman área libre de conflicto del yo. Winnicott lo llama self central o verdadero. (1,3,5,6) “Puede decirse que el self central (o verdadero) es el potencial heredado que experimenta una continuidad del ser y adquiere a su propio modo y a su propia velocidad una realidad psíquica y un esquema corporal personales”(4) Pero de yo sólo vamos a poder hablar cuando éste sea consciente de existir, cuando haya una continuidad temporal.

Parece natural plantear que el yo no va a desarrollarse de la misma forma si su primera percatación esté dada por una carencia o por una satisfacción. Si ese primer estado estuviera dado por una carencia querría decir que el estado más primitivo es un estado negativo, de “falta de”, que es diferente a que el ser se haga consciente de si cuando está satisfecho. En este último caso su “yosidad”, o su apropiación de yo, se produce en forma natural, como un florecimiento espontáneo secundario al impulso maduracional biológico. En el primer caso, se trata de una reacción que impide el desarrollo espontáneo, en el segundo consiste en un hacer yo  sin reaccionar.

Si las cosas van marchando bien irán desenvolviéndose los procesos de maduración y el yo se ira relacionando con la entidad soma-psique dando comienzo al sí mismo o self. “Se verá que el yo se ofrece para su estudio mucho antes de que la palabra  self  tenga alguna pertinencia. La palabra self llega después de que el niño ha comenzado a utilizar el intelecto para mirar lo que otros ven, sienten u oyen, y lo que conciben ante su propio cuerpo infantil”(4).

El yo va a ir estableciendo relaciones bipersonales, siendo la primera con la madre, y luego tripersonales que nos permite entender la relación edípica que no es posible de plantear en términos bipersonales. Winnicott propone como natural hablar entonces de una relación unipersonal “¡qué natural resulta retroceder un paso más y hablar de una relación unipersonal!”(1)  No es un estado en que se esté realmente solo y que traiga aparejada una angustia inimaginable que obligue a reaccionar al self sino que muy por el contrario “muchos individuos se vuelven capaces de disfrutar la soledad antes de haber dejado atrás la niñez, y pueden incluso valorar la soledad como uno de sus bienes más preciosos.” Agrega que “La capacidad para estar solo es un fenómeno sumamente refinado que aparece en el desarrollo de la persona después del establecimiento de relaciones bipersonales.”(1) Un requisito indispensable para que se desarrolle dicha capacidad es la experiencia de estar solo, en la infancia y en la niñez, en presencia de la madre. Es decir, no es posible estar solo si previamente no se ha desarrollado la relación bipersonal con la madre. Esto le va a dar al self  la confianza básica necesaria para poderse relacionar a solas consigo mismo.

Propone el nombre de “relacionalidad del yo” y dice que “es la relación entre dos personas en la cual por lo menos una de ellas está sola; quizás lo estén ambas, pero la presencia de una es importante para la otra”(1). En dicho estado hay una ausencia de tensión del ello y el yo es libre de experimentar una interioridad gozosa mientras reaparece la tensión del ello. Es importante repetir que se trata de un estado placentero y Winnicott pone el ejemplo de lo que se siente después de un coito exitoso mientras ambos gozan de su soledad al lado del otro. Masud Khan (7) , discípulo de Winnicott, dice que es una capacidad del yo, la denomina estar en barbecho  “es un estado transitorio de experiencia, un modo de emparentarse con una quietud despierta y con una conciencia receptiva y ligera” y agrega que dicha disposición nos da “el sustrato energético de la mayoría de nuestros esfuerzos de creación y autoriza…la experiencia interior latente”(5).

La capacidad para estar solo depende de la existencia de un objeto bueno interno “la madurez y la capacidad para estar solo implican que el individuo ha tenido la oportunidad de establecer la creencia en un ambiente benigno, gracias a un quehacer materno lo suficientemente bueno. Esta creencia va construyéndose mediante la repetición de gratificaciones instintivas satisfactorias”(1). El descubrimiento de la propia vida personal sólo es posible cuando se está solo y no se está reaccionando a los estímulos externos. Cuando el lactante está solo hace algo parecido al adulto que está relajado.

Dice Winnicott “El infante puede volverse no- integrado, vacilar, permanecer en un estado en el que no hay ninguna orientación, existir durante un tiempo sin ser un reactor a una intrusión externa…Está preparado el escenario para una experiencia del ello. Al cabo de cierto lapso llega una sensación o un impulso” (1).

Luego habla del “orgasmo del yo” y se pregunta si tiene algún valor considerar al “éxtasis” como un orgasmo del yo. En este estado no hay una excitación física que tenga que llevar a un clímax físico a diferencia de la excitación sexual. “El niño denominado normal es capaz de jugar, excitarse mientras juega y sentirse satisfecho con el juego, sin experimentar la amenaza del orgasmo físico de una excitación local”(1).

La experiencia de estar a solas sin necesidad de reaccionar y gozando de ese estado es el precursor de cualquier estado meditativo posterior que vaya a experimentar el adulto. Es así como en un comienzo la capacidad de estar solo otorga el espacio para el florecimiento del self. Cuando a través del yo puede el self observarse a sí mismo se desencadena un proceso creativo y apuntalador en que las pulsiones del ello están al servicio de la maduración. Se produce un proceso de guía interno como si se estuviera desarrollando un algoritmo biológico asentado en armonía con las potencialidades e intereses del self verdadero en crecimiento. Una vez en la adultez el self verdadero ya establecido, va a poder recurrir a ese espacio transicional de relación consigo mismo en que no entra nada más. Es un espacio por así decirlo, sagrado, protegido. Y acá surge una nueva paradoja. Para poder seguir avanzando en el “proceso de individuación”(8), tomando prestada una expresión de Jung (9), es necesario que el self se permita una introspección tal en que exista la posibilidad de perder el control sobre sí mismo como ocurre con el orgasmo físico en cuyo clímax ya no hay control sino que una satisfacción sin barreras como si por algún instante el self sólo estuviera formado por bienestar y placer.

No obstante, de lo que Winnicott está hablando cuando se refiere al orgasmo del yo difiere en dos aspectos de lo anterior. Por un lado es un orgasmo sin agitación física, por el contrario, la agitación física puede señalarse como un impedimento para conseguir ese estado de clímax yoico y por otro lado habla de orgasmo del yo cuando quizás lo que debiera decir es orgasmo del self. En un estado místico la experiencia de éxtasis es experimentada por la totalidad, es decir por el self que naturalmente tiene incorporado al yo como una de sus partes. Pero la experiencia no se queda sólo ahí. El self se une a lo que es descrito como una experiencia oceánica, cósmica, en que sus límites son trascendidos.

Así como en un principio se necesitó de la capacidad de estar solo como una función integradora que permitiese formar un self verdadero; una vez formado el self no se detiene y aparece la creación en su más amplio espectro. La creación cultural, artística, religiosa. Todas esas actividades lo que le dan al self es placer. Son actividades simbólicas del placer que el self crea y presenta al mundo. Quizás, podríamos decir que son actividades post-verbales. Es decir, están más allá de la expresión verbal y no pueden restringirse a ella. No obstante, se asientan en el desarrollo pre-verbal y verbal. Como último grado de desarrollo del self y cuando se cumple en  plenitud el proceso maduracional o de desarrollo, también llamado camino interno o espiritual, es cuando el self puede experimentar el placer pero ya no sólo confinado a sí mismo sino que haciéndose partícipe de toda la creación alcanzando un orgasmo del self.

BIBLIOGRAFÍA

  • Winnicott Donald W. La capacidad para estar solo.
  • En: Winnicott Donald W. Los procesos de maduración y el ambiente facilitador: estudios para una teoría del desarrollo emocional. 1ª ed. Buenos Aires: Paidós;  2002. p. 36-46.
  • Davis M, Wallbridge D. Límite y espacio: Introducción a la obra de D.W. Winnicott. Buenos Aires: Amorrortu; 1988.
  • Khan Masud R. Temas de psicoanálisis sobre Winnicott. Buenos Aires: Ecos editores; 1975.
  •  Winnicott Donald W. Los procesos de maduración y el ambiente facilitador: estudios para una teoría del desarrollo emocional. 1ª ed. Buenos Aires: Paidós; 2002.
  • Winnicott D. W, Green A, Mannoni O, Pontalis J.B y otros. Donald W. Winnicott. 1ª edición. Buenos Aires: Editorial Trieb; 1978.
  • Panceira A. Clínica psicoanalítica, a partir de la obra de Winnicott. 1ª edición. Buenos Aires: Editorial Lumen; 1997.
  • Winnicott D. Sostén e interpretación, fragmento de un análisis. 1ª edición. Buenos Aires: Paidós; 1996.
  • Estay R. Sobre el proceso de individuación en Carl Gustav Jung. Rev Chil Neuro-Psiquiat 1989; 27: 271-74.
  • Winnicott C, Shepherd R, Davis M, editores. Psychoanalitic explorations Winnicott. Cambridge: Harvard University Press; 1989.
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ESTABLECIENDO LAZOS ENTRE DARWIN Y JUNG

Dr. Rafael Estay Toloza y
Dr. Gustavo Figueroa C

Estamos celebrando doscientos años del nacimiento de Darwin y ciento cincuenta desde la publicación de El origen de las especies. El mérito de Darwin fue ser el primero en plantear que las especies no fueron creadas todas simultáneamente y para siempre, sino que evolucionan en el tiempo adaptándose a su medio ambiente. La evolución es tanto física como mental. Los individuos mejor adaptados al medio se van a reproducir en mayor número que los otros y tendrán una descendencia más numerosa que perpetúe sus genes. Ningún cambio que afecte a un progenitor va a quedar sin ser transmitido  a su descendencia.

Carl G. Jung manifiesta que los seres humanos compartimos una semejanza psíquica, cuya base está dada por el inconsciente colectivo, que a su vez está compuesto por los arquetipos. El inconsciente colectivo es igual en todos nosotros y se ha ido formando a lo largo de millones de años de evolución. Es el sustrato de la consciencia. La aparición de la consciencia tiene que haber tenido, y seguir teniendo, una importante ventaja evolutiva; en caso contrario, y siguiendo a Darwin, no se habría perpetuado. Jung expresa que el proceso de individuación, que es un arquetipo, implica ir haciéndose cada vez más consciente, incorporando al inconsciente en un trabajo constante que lleva a que el individuo más exitoso esté armonizado consigo mismo y su devenir. En términos religiosos será aquel que, a través de la gracia divina, ha sometido la propia a la voluntad divina.

Nos preguntamos si la evolución psíquica no nos llevará a ir facilitando las condiciones para que dicha gracia divina se exprese en la conciencia del ser humano.

Palabras clave: Darwin, Jung, selección natural, proceso de individuación, inconsciente colectivo.

ESTABLISHING TIES BETWEEN DARWIN AND JUNG:  THE NATURAL SELECTION, THE COLLECTIVE UNCONSCIOUS AND THE PROCESS OF INDIVIDUATION

We are celebrating two hundred years of the birth of Darwin and hundred fifty years from the publication of The origin of the species.  The merit of Darwin was to be the first one in presenting that the species were not created all at once and for always, but that they evolve in time being adapted to their environment.  Evolution is physical as mental as well.  The individuals better adapted to the environment are going to be reproduced in a greater number than the other ones and they will have a greater offspring that will perpetuate their genes. Not a change that can affect an ancestor will remain not being transmitted to its descendants.

Carl G. Jung declares that we human beings share a psychic resemblance, whose foundation has been given by the collective unconsciousness, which at the same time it is compounded by the archetypes. The collective unconsciousness is the same in all of us and it has being taking form along millions of years of evolution.  It is the so called substrate of consciousness. The arising of consciousness has to have had and keep having an important evolutionary advantage; otherwise, and according to Darwin, it would have not been perpetuated.

Jung manifests that the individuation process, which is an archetype, implies getting more increasingly conscious, incorporating the unconsciousness in a constant work that allows the most successful individual to be harmonized with his own and his becoming.  In religious terms, he will be the one that through divine grace has submitted his own will to the divine will.  We ask ourselves if psychical evolution will not bring us then, to facilitate the expression of such divine grace in the consciousness of the human being.

Keywords: 

Darwin, Jung, natural selection, individuation process, collective unconsciousness

Estamos celebrando 200 años desde el nacimiento de Darwin, y 150 años de la publicación de El origen de las especies[1]. ¿Cuáles son las razones de tanta celebración? En la actualidad nos parece como casi evidente que las especies evolucionen, tanto como que la tierra gire en torno al sol y no al revés, o que sea redonda y no plana. Pero no olvidemos que no siempre fue así. Hace tan sólo siglo y medio la evolución de las especies era algo que no estaba dentro de lo imaginado, conocido ni aceptado; menos aún, la posibilidad de que el hombre pudiese “descender del mono”. Se estaba convencido que las especies habían sido creadas todas de una vez y para siempre. No existía la evolución como concepto ni menos como realidad delante de nuestra vista. Ahí reside el mérito principal de Darwin. Fue el primero que propuso que la selección natural trae implícita la evolución de las especies.

Para ser más precisos, hablando con propiedad, no fue el primero. Ya su abuelo Erasmus Darwin en su libro Zoonomía escribía de la lucha por la existencia, de la evolución y de la posibilidad de un tronco común como origen de todos los seres vivos.

Charles Darwin se había graduado de teología en el King’s College de Cambridge, lo que lo facultaba para ejercer como pastor de la iglesia anglicana, y por ello se daba perfecta cuenta de lo revolucionario que iban a resultar sus ideas y propuestas científicas. Esto lo hizo ir postergando su publicación por cerca de 20 años. En el intertanto, iba sufriendo de mala salud crónica, la que se extendería por el resto de su vida. Es bastante probable que muchas de sus múltiples dolencias digestivas, cefaleas y debilidad, hayan tenido un sustrato sicosomático. Resulta decidor que en un diario de salud que mantuvo por cerca de cuatro años, consignara todos los días su condición física, si se sentía enfermo, muy enfermo, o simplemente mal[2]. Darwin le temía al rechazo y a ser ridiculizado. Además, no era un hecho menor enfrentarse a las firmes creencias religiosas de su esposa Emma. Durante toda su vida guardó una carta en que ella le señalaba el temor de que la ciencia lo llevara a un escepticismo cada vez mayor, que sus doctrinas los pudiesen separar e impedir reunirse en la otra vida. En un margen Darwin anotó esta decisiva sentencia: “cuando haya muerto, recuerda que muchas veces he besado esta carta y llorado sobre ella”[3].

En el año 1844 ya tenía listo un ensayo con las ideas que publicaría 15 años después. Incluso en una carta a ser abierta sólo en caso de que falleciera, le pide a Emma que lo publique póstumamente como su legado. Le expresa que está convencido que su teoría es cierta y que constituirá “un paso considerable para la ciencia”. Sin embargo, dicho ensayo nunca se publicó. Puede que haya tenido una influencia decidora la aparición anónima de Vestiges of the Natural History of Creation en ese mismo año. El libro, que en esencia estaba en línea con las ideas de Darwin, adolecía de peso científico y generó un encendido debate y serias descalificaciones en los círculos intelectuales. El autor, Robert Chambers, periodista  escocés, estaba tan conciente del torbellino que produciría su escrito, que prefirió permanecer en el anonimato.

Por su parte Darwin presentaba y comentaba sus hallazgos con otros investigadores, miembros de diferentes sociedades científicas. Fueron dichos colegas (especialmente Charles Lyell, geólogo y Joseph Hooker, botánico) quienes lo impulsaron a publicar su libro. El empujón final provino del escrito que recibió de un joven naturalista que trabajaba en Malasia, Alfred R. Wallace, titulado De las tendencias de las variedades a separarse indefinidamente del tipo original, en que planteaba los mismos hechos desarrollados por Darwin. Fue así como el trabajo de Wallace y el de Darwin fueron presentados conjuntamente en la Linnean Society de Londres el primero de julio de 1858, en una reunión extraordinaria en la que los amigos de Darwin consiguieron, a última hora, incluir ambas contribuciones. Darwin no pudo asistir pues 3 días antes había fallecido de escarlatina su hijo Charles.

El 24 noviembre de 1859 vio la luz la primera edición de El origen de las especies, con una tirada de 1250 ejemplares que se agotaron el primer día, siendo impresa una  segunda de 3000 ejemplares, a su vez vendida en menos de una semana. Lo que se dice un best seller, y eso que no era barato, costaba 14 chelines, que era el salario de más de una semana de un trabajador promedio[4]. Lo revolucionario radicó en que planteaba por primera vez, y de manera explícita, el concepto de selección natural, definido por Darwin como “la perpetuación de las variaciones útiles y la eliminación de las nocivas, por más mínimas que sean”[5]. Es decir, las especies se van adaptando al medio en que viven, desarrollando cambios, modificaciones, variaciones; esto es, van a hacer que aumente el número de miembros de la misma. Los individuos mejor adaptados al medio son los que se reproducen en mayor cantidad con el correr del tiempo.

Darwin pensaba que la evolución no tiene una meta final, ”me parece que no existe más designio preconcebido en la variación de los seres orgánicos y en la acción de la selección natural que en la dirección del viento”[6]. No obstante, también manifiesta, quizás de manera contradictoria, que, “cada ser, y esta es la meta final del progreso, tiende a perfeccionarse cada vez más en relación a sus condiciones”[7].

Hace unos cinco millones de años, nuestros “primos” los grandes simios (especialmente el chimpancé) y las ramas que llevan al surgimiento de nuestra especie, se separaron definitivamente. La aparición del Australopitecus con su marcha bípeda constituye un hito. Sin embargo, llama la atención que hubo de pasar más de un millón de años antes de que se fabricaran las primeras herramientas, gracias a una nueva especie, el homo erectus. En éste la capacidad craneana se expande dramáticamente desde alrededor de 450 centímetros cúbicos de los Australopitecus a más del doble. De hecho, el homo erectus es prácticamente igual a nosotros desde el cuello hacia abajo, muy probablemente de una estatura mayor, siendo la primera especie en migrar fuera de África[8]. Con el erectus asistimos al nacimiento de un atributo que podríamos caracterizar como propiamente humano, el lenguaje. Para que aparezca el lenguaje también tiene que hacerlo la consciencia. Ambos van tan estrechamente ligados, que no se sabe donde comienza uno y termina la otra. Ahora bien, el crecimiento del cerebro continúa y finalmente (al menos hasta la actualidad) tenemos al homo sapiens sapiens con alrededor de 1300 c.c. (curiosamente el homo sapiens neanderthalis tenía mayor capacidad craneana que nosotros y está extinto). Entonces, en alrededor de 1,5 millones de años resulta que prácticamente se triplica el tamaño del cerebro[9].

La selección natural actúa con extrema lentitud. Las escalas del tiempo humano, de la especie homo sapiens sapiens, aparecida alrededor de 150.000-200.000 años atrás, no son suficientes para explicar los enormes cambios ocurridos desde entonces en la capacidad mental. Justamente eso es lo que más llama la atención y necesita una explicación especialmente sutil.

La naturaleza no suele hacer experimentos tan dramáticos, menos aún, cuando esos experimentos conllevan un consumo elevado de energía y, según sabemos, el cerebro es un gran demandante de energía.  Si ese aumento de tamaño no implicara una clara ventaja evolutiva, no se habría mantenido, la selección natural se hubiera encargado de eliminarlo sin más. Además, surge una segunda interrogante. ¿Por qué hubo de aparecer una capacidad mental con tantos años de adelanto? ¿Que necesidad existía de que una mente de la edad de las cavernas tuviera la posibilidad de hacer filosofía o cálculo integral, o de viajar al espacio? Es conocido que compartimos más del 97% de los genes con los chimpancés, nuestros más cercanos parientes, y, no obstante, ellos siguen viviendo en un hábitat bastante reducido y su población total es millones de veces menor que la del homo sapiens, que no tiene barreras en los ecosistemas en que es capaz de morar. De hecho, es el único ser viviente que habita en todo nuestro planeta, y en un futuro muy cercano, seguramente lo hará fuera de él por largos períodos. Si consideramos el número total de individuos de nuestra especie y la gran cantidad de medios ambientes diferentes que habitamos, no cabe duda de que la especie humana ha sido exitosa.

¿Es así, entonces, que la consciencia representa una ventaja evolutiva? La consciencia nos permite explorar situaciones nuevas, nos saca de la rigidez de los instintos, nos facilita la adaptación y el acomodo a variables en continuo cambio o, incluso, absolutamente nuevas (por ejemplo, la vida en el espacio, o la misma existencia en megápolis que suman más población que la que había en toda la tierra cuando surgimos como especie). La consciencia posibilita el surgir de una noción de nosotros mismos, o sea, un self. Es a través del self que podemos ponernos en el lugar del otro, leer sus afectos, anticipar sus sentimientos, entender sus reacciones, lo que es imprescindible en los grupos cada vez más numerosos  y complejos en los que vivimos. ¿Es posible la empatía y compasión sin un self que se reconozca y se reconozca en los demás?

Darwin hizo notables observaciones psicológicas, adelantándose en décadas a Freud. Plantea que un animal puede verse impulsado a desarrollar actividades tanto por el sufrimiento, dolor, hambre, sed o miedo; como también por el placer de comer, de beber, de propagar la especie. Agreguemos nosotros que, siguiendo al arquetipo de la individuación planteado por Carl G. Jung, también por el placer que produce el conocimiento en si. Si los primeros se mantienen de manera prolongada van a causar depresión disminuyendo la capacidad de adaptación. Contrariamente, las situaciones que producen placer pueden continuar durante mucho tiempo estimulando todo el sistema y aumentando su actividad. Señala “Así, pues, ha ocurrido que la mayoría o totalidad de los seres sensibles, han sido desarrollados de tal manera por la selección natural, que las sensaciones que les procuran placer les sirven de guía habitual…, la suma de estos placeres…da, no puedo dudar de ello, un excedente de felicidad sobre los dolores”[10].

Darwin afirma que probablemente ningún cambio que afecte a un progenitor, sea cual sea dicho cambio, pase sin dejar rastro sobre su descendencia. Agrega que “podemos tener la certeza que existe un gran número de caracteres perdidos dispuestos a manifestarse en las condiciones convenientes. ¿Cómo poder hacer inteligible y vincularla a otros hechos esta propiedad general de retorno, este poder de recordar y de hacer revivir caracteres perdidos desde hace largo tiempo?”[11].

En la idea anterior está enunciado, aunque de manera implícita, el concepto de inconsciente colectivo y sus constituyentes, los arquetipos, piedras angulares en la Psicología Analítica de Carl Jung, llamando la atención la íntima concordancia entre el planteamiento darviniano y la perspectiva junguiana.

¿En qué vemos esta concordancia? Darwin plantea que cualquier adaptación que hayan experimentado los padres a su medio, aunque dicha variación haya acontecido mucho tiempo atrás, va a ser transmitida a su descendencia. Si las circunstancias así lo ameritan, se va a producir la expresión de una manifestación que hasta ese momento estaba latente, y a través de la selección natural se van a ir seleccionando, de las múltiples copias posibles, aquellas que en su conjunto representen la mejor adaptación a su ambiente. Por su parte Jung, hablando del acontecer psíquico, asevera que las características que definen a lo humano son transmitidas mediante los arquetipos, que son múltiples y tienen un sustrato biológico. Van a permanecer dormidos –de hecho, algunos, o la gran mayoría de ellos, nunca se van a expresar- hasta que sea necesario. Pero hay unos pocos que cristalizan con inusitada frecuencia (como los arquetipos de la sombra, del ánima/animus, y del self ). Siguiendo lo expresado por Darwin, es la selección natural, en este caso actuando sobre las características mentales de nuestra especie, la que ha ido posibilitando la formación de un paradigma mental humano, que es transmitido en los arquetipos que, a su vez, son los constituyentes del inconsciente colectivo.

Jung plantea que el inconsciente consta de dos partes, el inconsciente personal y el inconsciente colectivo[12]. Este último lo compartimos y es el mismo en todos nosotros, homo sapiens sapiens, lo que sucede es que las diferentes culturas lo moldean y hace que su manifestación no sea igual. Es decir, la expresión del  inconsciente colectivo es mediada por la cultura; más aún, para que se plasme el inconsciente colectivo es fundamental que exista una cultura determinada. Entendemos a la cultura como el conjunto de acciones, creencias, conductas, mitos, etc., que no es heredado genéticamente sino que es transmitido por la interacción social.

El inconsciente colectivo se fue desarrollando a lo largo de millones de años de evolución. Así como surgió una forma corporal, también lo hizo un atributo psíquico específicamente humano. El inconsciente colectivo está formado por los arquetipos* que son posibilidades de funcionamiento psíquico, posibilidades de aprendizaje y posibilidades de desarrollo[13]. Es un esquema a ser llenado de contenido en el momento necesario. No se trata de una fotografía ni de algo predeterminado, fijo e inmodificable. Mientras los instintos sí lo son, no sucede lo mismo con los arquetipos, que son moldeados por la cultura. Hay una suerte de continuo interjuego. Los arquetipos que dan forma a lo “humano” sólo pueden expresarse si hay una cultura “humana” que les posibilite dicha expresión; a su vez, la cultura se va a instaurar y a sufrir cambios únicamente si primero se plasman los arquetipos. Jung dice que el arquetipo “es un orden de funcionamiento mental, de la misma manera que, por ejemplo, nuestro funcionamiento biofisiológico sigue un esquema”[14].

Jung da un paso más que ilumina psicológicamente lo afirmado por Darwin en el plano biológico. De acuerdo a Jung, a medida que va transcurriendo la vida van presentándose diferentes tareas que deben ser resueltas. El ser humano nace con un yo rudimentario a partir de una psique en que prácticamente todo es inconsciente. Es necesario que se establezca un yo –entendido como el centro de la personalidad consciente-, es decir, se precisa que éste vaya floreciendo desde el inconsciente y, con el transcurrir del tiempo, se reconozca como autónomo e independiente. A continuación va a aparecer el self, que contiene al yo. El self es una instancia más completa que el yo pues incorpora lo consciente y lo inconsciente a través de la expresión del arquetipo de la función trascendente[15][16], que justamente va a propender y a posibilitar la comunicación entre ambos. Se llama función trascendente a aquella mediadora o traductora de los diferentes lenguajes hablados por dichas instancias. Sin embargo, es requisito previo que se haya establecido un observador, el yo, desde donde se pueda ir construyendo el self[17].

Todo apunta a que la primera parte de este desarrollo, la aparición del yo desde el inconsciente, está acotado por un fuerte componente genético. Si el yo no se constituye de cierta manera, si no reconocemos en él una cierta humanidad básica, estaremos hablando de una severa patología, por ejemplo una esquizofrenia o un autismo. En esa manera de hacerse yo, es la selección natural la que facilitó y encauzó la manifestación de un arquetipo humano. Luego, a lo largo de la lucha por la vida, se va produciendo lo que Jung llama acertadamente proceso de individuación[18][19]. Este consiste en un constante descubrimiento y ensanchamiento de los límites del self, en que cada vez el individuo se va haciendo más propio, más él mismo, más armónico con su devenir y más en consonancia con el de los demás. De hecho, Jung dice que el proceso de individuación exitoso es aquel que nos conduce a que en la última etapa de la vida estemos preparados para bien morir.

Hacia finales de su vida Jung deja de lado la cautela anterior, se declara creyente y proclama sin ambages que somos “en el sentido más profundo, las víctimas o los medios e instrumentos del amor cosmogónico”[20]. No es posible vivir la vida en plenitud sin un sentido y ese sentido se lo da la manifestación de lo divino en el hombre. Para Jung Dios es amor, Dios es sentido. Ambos significados se unen en la traducción de la palabra china tao, que puede ser entendida como Dios y como sentido[21]. A medida que fue aflorando nuestra consciencia a lo largo de miles de años de evolución, que simbólicamente podemos entender como haber comido de la fruta prohibida ― haber salido de la inconsciencia del jardín del edén y haber probado del árbol del conocimiento ―, fue surgiendo también un nuevo arquetipo, el impulso religioso[22].

Jung dice que no hay manera de probar la existencia o no existencia de Dios, pero que representa una indesmentible ventaja comparativa ser creyente y que la vida tenga un sentido trascendente, especialmente en su segunda mitad. Señala que “la muerte será armónica cuando la vida misma haya sido armónica y rica en sentido”[23].

Hacer las pases con Dios es equivalente a aceptarse y reconciliarse consigo mismo. Sólo en esas circunstancias se ha logrado una armonía con el devenir, pues, de alguna manera, se ha sacrificado la voluntad propia sometiéndola y ofreciéndosela a la divina. En términos psicológicos significa que se ha considerado e incorporado en su justa magnitud a lo inconsciente. El self es, como expresa Jung, el lugar donde se manifiesta lo divino. “El sí mismo es la imagen de Dios en el hombre”[24], y va aún más allá señalando que al sí mismo “podría designársele igualmente como el Dios en nosotros”[25]. Aunque precisa con pulcritud que no quiere decir que “yo crea que Dios es el sí mismo o el sí mismo es Dios”[26].

Volvamos al impulso religioso. Jung afirma que los símbolos religiosos no representan la sublimación de alguna cosa distinta -por ejemplo la sexualidad, como postulaba Freud-, sino que tienen una existencia por sí mismos. En la psique existe una función religiosa primaria. Por función religiosa entiende la observación cuidadosa y concienzuda de lo numinoso. Lo numinoso es aquello que causa respeto y temor reverencial y que provoca una especial modificación de la consciencia. La religión es “una actitud especial del espíritu humano, actitud que…podemos calificar de consideración y observación solícitas de ciertos factores dinámicos (espíritus, demonios, dioses, ideas, ideales) que…la experiencia le ha presentado como lo suficientemente poderosos, peligrosos o útiles para tomarlos en respetuosa consideración; o lo suficientemente grandes, bellos y razonables para adorarlos piadosamente y amarlos”[27].

Está claro que Jung creía en una teleología de la vida a diferencia de Darwin aunque, como vimos más arriba,  por momentos éste fue ambiguo. La teleología se expresa a través del arquetipo del proceso de individuación, en que cada vez se va incorporando más material consciente desde el inconsciente, en una dialéctica de nunca acabar. Quizás podríamos decir que las experiencias cumbre, los éxtasis, los samadhi, la conciencia cósmica, etc., representan el conocimiento total, la armonía y entendimiento final. En el ámbito psicológico, es la unión del consciente con el inconsciente. En términos religiosos es la realización de la divinidad en nosotros. Es recibir la gracia divina en plenitud. Al respecto nos preguntamos si justamente una de las manifestaciones del avance evolutivo sería que se puedan ir construyendo progresivamente, más adecuadamente y con mayor facilidad, las condiciones necesarias para que se manifieste la plenitud del conocimiento. Si lo consignamos desde la perspectiva religiosa, diríamos, facilitar la expresión de la gracia divina, que es ese delta que nos falta para comulgar con Dios.

Sus estudios antropológicos le permitieron a Jung postular un giro de la humanidad con respecto a Dios.  En las sociedades primitivas el contacto con Dios estaba monopolizado por el rey, los brujos o los chamanes; el gran cambio cultural del cristianismo es que Dios se masificó, pudiendo manifestarse en cada uno de nosotros[28].

Darwin decía que la meta final de todo ser viviente es perfeccionarse cada vez más de acuerdo a sus condiciones. Por su parte, Jung manifiesta que la condición previa a toda acción que aspire a ser responsable es el conocimiento de uno mismo y la armonía con la propia manera de ser. Si el hombre/mujer, sobre todo en la segunda mitad de su existencia, sigue vistiéndose con ropajes ajenos, siguiendo derroteros que no están en consonancia con su devenir más propio, va a enfermarse y desarrollar una neurosis. Es decir, es fundamental atenerse y ser fiel al proceso de individuación.

Es así como las culturas más evolucionadas van a ser aquellas que le permitan a cada individuo desarrollar y desplegar al máximo sus potencialidades inherentes. Sólo de esta manera la cultura se transforma en un verdadero acelerador evolutivo y se sale de los condicionantes biológicos que siguen un ritmo mucho más pausado[29]. Pero no olvidemos que toda cultura también padece de una enorme inercia y los cambios son resistidos por ella misma. Mientras menos evolucionada sea, más restrictiva se va a comportar, frenando toda posibilidad de crecimiento y perfeccionamiento individual de sus miembros; la menor desviación de lo conocido será experimentado como una amenaza y se propenderá hacia una uniformidad forzada, que por lo mismo, va a asfixiar la libre expresión, la creatividad y desarrollo de sus miembros. Las sociedades más primitivas son más prejuiciosas, pues el prejuicio es un economizador de energía psíquica debido a que facilita las decisiones. Pero para ello tiene que recurrir a una simplificación extrema de la realidad e inculcársela por igual a todos sus integrantes. Como regla general, las sociedades no fomentan la individuación sino la conformidad.

No obstante, de vez en cuando aparecen ciertas personas que abren nuevos caminos que posibilitan y fomentan el desarrollo y la evolución a un ritmo mucho mayor de lo que sería esperable basado sólo en la selección natural biológica. Es decir, entra en escena una selección natural cultural. Aquella sociedad que impulse, promueva y entregue las mejores condiciones para que ello ocurra, va a ser la que avance a mayor velocidad en el camino evolutivo[30]. Justamente el mayor mérito de Darwin fue ser uno de aquellos individuos que transforman de raíz el paradigma cultural, pues a pesar de todas las reticencias culturales propias de la era victoriana, fue capaz de atar cabos sueltos, de mirar de frente la realidad, sopesar las evidencias y enunciar una teoría absolutamente novedosa, revolucionaria –tanto, que tuvieron que pasar casi 90 años para que fuera aceptada por la iglesia anglicana, en la que Darwin estaba facultado como pastor. Es decir, se pudo alzar por encima de sus propios condicionantes culturales, pues, usando la terminología junguiana, era la única manera de darle curso a su proceso de individuación sacando de sí el flujo creador. A su vez Jung pudo vislumbrar los aciertos de Darwin y, sin decirlo de manera explícita, hacer uso de ellos audazmente de acuerdo a su propia e intransferible individualidad, insertado como estaba él en una sociedad y en un siglo diferente.


[1] C.Darwin, El origen de las especies, Madrid, Sarpe, 1983.

[2] J. Browne, La historia de El origen de las especies de Charles Darwin, Buenos Aires, Debate, 2007, p.57.

[3] Ib., p.50.

[4] Ib., p.18.

[5] C. Darwin, Teoría de la Evolución, Barcelona, Ediciones Península, 1972, pp. 39-40

[6] Ib., p.239.

[7] Ib., p.81.

[8] R. Leaky, Origins reconsidered, New York, Doubleday, 1992.

[9] R. Ornstein, The Evolution of consciousness, New York, Simon and Schuster Paperbacks, 1991.

[10] Cfr. C. Darwin, Op. Cit, p.240.

[11] Ib., pp.218-219.

[12] C. Jung, Los arquetipos y lo inconsciente colectivo, Obra Completa, Volumen 9/1, Madrid, Editorial Trotta, 2002.

* El arquetipo es colectivo pero su manifestación es individual. Es biológico, se trae de nacimiento, se aloja en el cerebro y de alguna manera organiza y ordena su funcionamiento. Es como una fuerza dinámica presta a entrar en acción si es necesario. Lo podemos visualizar como el lecho de un río que, en condiciones ideales, va a conducir el fluir del caudal de la vida y sus múltiples aconteceres, de manera controlada evitando inundaciones. Existen múltiples cauces de ríos –arquetipos- pero sólo se va a hacer consciente aquel que le llegue caudal y se represente. A su vez, las compuertas que lo regulan están controladas por nuestras funciones mentales. Es así, que el lecho del río es colectivo pero el tipo de flujo, la magnitud del caudal y el manejo del mismo, son individuales.

[13] R. Estay, Jung en fácil, Santiago, Pehuén, 2008.

[14] R. Evans, Conversaciones con Jung, Madrid, Ediciones Guadarrama, 1968, p.79.

[15] Cfr. C. Jung, Los arquetipos y lo inconsciente colectivo, Obra Completa, Volumen 9/1,   parr.524.

[16] C.Jung, Tipos Psicológicos, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1985, pp. 281-291.

[17] Cfr. R.Estay, Op. Cit, p.99-105.

[18] C. Jung, “Consciencia, Inconsciente e Individuación”, en Los arquetipos y lo inconsciente colectivo, Obra Completa, Volumen 9/1, pp.257-271.

[19] M.L. Von Franz, El proceso de individuación, en C.Jung, El hombre y sus símbolos, Barcelona, Caralt, 1997, pp.157-228.

[20] C.Jung, Recuerdos, sueños, pensamientos, Barcelona, Seix Barral, 1981, pp.357-358.

[21] C.Jung, R.Wilhelm, El secreto de la flor de oro, Barcelona, Paidós, 1982.

[22] C.Jung, Psicología y religión, Barcelona, Paidós, 1981.

[23] C.Jung, La dinámica de lo inconsciente, Obra completa, Volumen 8, Madrid, Editorial Trotta, 2004, parr.809.

[24] Cfr. C.Jung, Recuerdos, sueños, pensamientos, p.214.

[25] C.Jung, Las relaciones entre el yo y el inconsciente, Barcelona, Editorial Paidós, 1990, p.141.

[26] Cfr. R.Evans, Conversaciones con Jung, p.91.

[27] C.Jung, Psicología y religión, p.23.

[28] C,Jung, La práctica de la psicoterapia, Obra completa, Volumen 16, Madrid, Editorial Trotta, 2006, p.106.

[29] T.Lawson, Carl Jung, Darwin of the mind, London, Karnac, 2008.

[30] A.Fischer, Nuevos paradigmas a comienzos del tercer milenio, Santiago, El Mercurio Aguilar, 2004.

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