Dr. Rafael Estay Toloza

La psique está constituida por dos fuerzas, eros (también llamada amor o pulsión amorosa o libido) y thanatos (agresión o pulsión de muerte). Generalmente está primando la libidinal. El hecho de que nosotros existamos traduce una preponderancia, al menos momentánea, de la pulsión amorosa. Finalmente, el menos en lo concerniente a nuestro cuerpo, se va a imponer la pulsión de muerte. Sin embargo, el tánatos también trae implícito la renovación.

En la filosofía Hindú está presente Brahman, que lo podemos asimilar al Dios Padre de la religión católica, más allá de la creación, sin principio ni final. La plasmación de esa fuerza creadora es Brahma, que correspondería a Jesús, hijo del Padre, que se hizo carne en la tierra. Es decir, que se constituyó como lo creado. Y con respecto a lo creado entran en juego dos divinidades, una que lo mantiene, Vishnu, y otra que lo destruye y transforma, Shiva-Kali.

Este delicado interjuego de pulsiones se extiende a lo largo de toda la vida. Es así como en los primeros estadios, para que se vaya desarrollando el Yo, es decir, la parte consciente del Self, necesariamente tiene que haber un predominio del eros sobre el tánatos. Si no es así, vamos a ser testigos de serios problemas en el desarrollo de la personalidad. Las más severas patologías son las que están invadidas por la agresión.

Al ir finalizando la niñez y como una labor fundamental a realizar durante la adolescencia, tenemos que abandonar la identidad prestada por nuestros padres e ir construyendo una propia. Claro que esta nueva identidad, si las condiciones han sido las adecuadas, predominando la pulsión libidinal, va a mantener una correspondencia con la anterior. De alguna manera va a ser reconocible, no se va a producir un quiebre total. No olvidemos que la psique, a no ser que esté muy avanzada en su desarrollo, evita los cambios bruscos, las variaciones muy marcadas, los quiebres.

Esta identidad que construimos a partir de la adolescencia va a estar condicionada y enmarcada por una serie de regulaciones y exigencias sociales. Por un lado la sociedad nos exige ser entidades útiles para ella misma y nos pide que nos preparemos para ello, que nos eduquemos, socialicemos y establezcamos. Todo dentro de ciertos parámetros que acepta como adecuados y no amenazantes para su mismo funcionamiento. Es así que tendremos nuestros estudios, trabajaremos, formaremos familia, quizás vendrán hijos, etc. Nos realizaremos en esas actividades y nuestro yo se irá alimentando y fortaleciendo al verse inmerso y aceptado como un actor social. Es que el yo necesita reconocimiento social.

Y así irá transcurriendo la primera parte de nuestro proceso de individuación que va a tener su culminación alrededor de los 40 años cuando nos encontremos en una particular conjunción. Por un lado tendremos la suficiente experiencia de los años transcurridos como para formarnos una impresión acabada de cómo ha ido marchando nuestra vida y, por otro, aún nos quedarán muchos años por delante que precisaremos llenar de acuerdo a nuestra propia tendencia e individualidad. En la primera parte el proceso de individuación está, como ya señalamos, más condicionado y delimitado. Es en la segunda parte, cuando ya hemos cumplido con una serie de obligaciones, que se hace preciso identificar el camino propio de una manera diferente a lo ya hecho. Es que el sendero a recorrer tiene que realmente ser transitado a paso y ritmo propio hacia la o las metas que también deben ser propias. Cuando decimos propias es en el sentido que exista un profundo convencimiento interno de que nuestras más innatas y profundas tendencias están siendo escuchadas y satisfechas. O al menos estamos enfilando nuestro rumbo haciendo todo lo posible por satisfacerlas. Claro, es muy probable que muchos de nuestros deseos nunca logren ser satisfechos pero eso no es lo más importante. Lo esencial es que en el mismo proceso de sincronización con nuestro devenir, si ese proceso es armónico con nosotros mismos, obtenemos satisfacción. Es decir, no es solo la obtención de la meta -la satisfacción del deseo  causando bienestar-, sino que también el proceso mismo lo produce.

La terapia junguiana acompaña y ayuda a ir descubriendo y transitando por dicho camino propio. Su meta, por sí decirlo, es que la persona sienta el convencimiento de que está conduciendo su vida de acuerdo a sus propios anhelos, tendencias y deseos. Es decir, que se muestre y sienta en equilibrio con su devenir pues esa sensación, cuando se accede a ella, es profundamente gratificante, placentera y llena de significado. Por supuesto, tenemos que trabajar para llegar a ella (los alquimistas dirían que tenemos que trabajar para llegar a la masa confusa, a la Nigredo), no la podemos comprar en un supermercado y nadie más que nosotros mismos puede realizar el trabajo. O, si lo ponemos en términos mitológicos, cuando el héroe tiene que emprender su camino para rescatar a la princesa (que simboliza al Self), nadie más que él puede hacerlo, aunque, por supuesto, puede recibir diversas ayudas a lo largo del camino.