Dr. Rafael Estay Toloza

Cuando hablamos de psicoanálisis o de psicoterapia de orientación analítica nos estamos refiriendo a un tipo de terapia de la psiquis que considera de manera predominante al inconsciente. En psiquiatría o sicología cada vez que vemos la palabra “analítico” quiere decir que estamos planteando una terapia que va a trabajar con el consciente y también con el inconsciente.

Notemos que estamos usando el término “inconsciente” y no “subconsciente” pues cuando decimos “sub” de alguna manera le damos un significado de estar en menor nivel, de estar bajo el mando de algo o alguien, de estar subordinado; y claramente al inconsciente tenemos que tratarlo con el respeto y consideración que amerita, y en un plano de igualdad con el consciente. No sacamos nada con no darle importancia y tratar de ignorarlo. El inconsciente no se agota, nunca se da por vencido, es persistente y siempre va a encontrar una manera de expresarse. Entonces, una sabia elección es establecer un diálogo con él. Ese diálogo lo va a emprender el Yo como representante del consciente. Mientras más fluida sea esa conversación consciente-inconsciente más se va a ir enriqueciendo el consciente de los contenidos del inconsciente.

El inconsciente es el depositario de nuestra historia. En esta historia -que es tanto personal, y ahí hablamos del inconsciente personal, como colectiva y perteneciente a toda la humanidad (inconsciente colectivo)- hay recuerdos y deseos que preferimos mantener lejos de la conciencia, es decir, los reprimimos. Cada vez que reprimimos algo tenemos que usar una fuerza psíquica para hacerlo, así es que mientras más cosas reprimidas tenemos más energía gastamos en eso y, por lo tanto, tenemos menos energía disponible para otros fines, como por ejemplo para el descubrimiento de nuestro propio camino y para la creatividad que acompaña dicho descubrimiento. Pero el inconsciente también es el origen de lo más propio e íntimo de nosotros mismos. Nuestros más preciados deseos y anhelos yacen en el inconsciente

Aquella persona más sana mentalmente hablando, va a ser aquella que logre una comunicación más fluida, armónica y nutritiva del consciente con el inconsciente. Mientras más nos desviemos de nuestro propio ser, más nos vamos ir alejando del equilibrio, y no hay manera en que nos sintamos satisfechos ni menos de que seamos felices si nos distanciamos demasiado. Si la lejanía se ha hecho insostenible van a aparecer síntomas como angustia, depresión (que en general se expresa en una disminución del ánimo y de que ya no somos capaces de disfrutar de aquellas cosas con las que antes solíamos hacerlo), sensación de vacío, pérdida de sentido, irritabilidad, etc. Esos síntomas son una voz de alarma, si no les prestamos atención cada vez vamos a ir enfermando más, y, hasta puede llegar el punto de que estemos tan enfermos que hasta los mismos síntomas se agoten.

La psicoterapia de orientación analítica va a ayudar a ir estableciendo la mejor comunicación posible entre consciente e inconsciente. Es en ese proceso que los síntomas van a ir desapareciendo, pues a medida que se vayan corrigiendo las desarmonías ya no van a tener necesidad de existir.

¿Cómo hacemos eso?. A lo largo de la vida el consciente ha ido desarrollando una particular forma de relacionarse con el inconsciente. Un extremo es que no haya desarrollado relación alguna, es decir, que simplemente haya ignorado al inconsciente. Por supuesto esos casos van a demandar un mayor trabajo.

El consciente y el inconsciente se expresan con un lenguaje diferente, entonces, la terapia es como un traductor que va posibilitando al consciente (representado por el Yo) el entendimiento del idioma del inconsciente.

Hay muchas cosas del inconsciente a las que tenemos libre acceso. Pensemos en este mismo instante, justo hasta el momento previo a que le destináramos un poco de energía para recordar (por ejemplo, lo que desayunamos esta mañana o en que país vivimos, o donde fueron nuestras últimas vacaciones, o quienes son nuestros seres más queridos, etc.) estaban fuera de la conciencia, pero bastó ejercer la voluntad de rememorar para que de inmediato apareciera el recuerdo. Dichas memorias están fácilmente disponibles, son el área libre de conflictos. Pero también hay un área conflictiva donde moran aquellas cosas que le causan dolor al Yo y que por lo mismo desea mantener lo más lejos posible de la conciencia. O sea, las prefiere mantener reprimidas, ya sea porque le causan rabia, pena, culpa, vergüenza u otro sentimiento displacentero. Y acá aparecen los problemas.

Si son muchas las cosas que hay que mantener reprimidas el Yo se va a ir empobreciendo. Esto va a acontecer porque por un lado va a tener menos energía psíquica disponible pues mucha se va a gastar en sostener funcionando la represión (ahí se nos va a manifestar cansancio, tedio, desesperanza; el Yo se va a agotar con facilidad) y por otro lado, la represión no es tan eficiente como si pusiéramos una muralla delimitando claramente el terreno entre lo que queremos reprimir y lo que no. Siempre que reprimimos algo doloroso, también se reprime algo que no lo es y así como dijimos más arriba,  nos vamos empobreciendo.

Esto queda más claro con un ejemplo, imaginemos que cuando sufrimos una gran pena estaban tocando una música determinada. Va a suceder que no queramos oír esa música por el triste recuerdo que nos trae. Si es a alguna melodía muy específica posiblemente no va a haber mayores problemas. Pero si la represión va aumentando y no es sólo a esa melodía en particular, sino que también a otras, puede llegarse al extremo de que cualquier melodía nos cause dolor y evitemos la música en general privándonos de una inmensa fuente de placer. La represión nos sirve para protegernos del dolor psíquico pero si es mucha nos va a deteriorar.

Volvamos a la pregunta de cómo funciona la terapia analítica. En la terapia se van a relacionar dos personas, el terapeuta y el paciente. Cada uno con sus individualidades y peculiaridades. La diferencia entre los dos es que el terapeuta está en una posición muy particular. Por un lado tiene las herramientas que ha ido aprendiendo en su formación académica, en el transcurso de la práctica profesional y en el transcurrir de la misma vida; y por otro, tiene sinceros deseos de ayudar al paciente. Ese deseo también se plasma en una genuina introspección para considerar si se está capacitado o no para asumir un compromiso terapéutico con ese ser humano en particular, o es mejor derivarlo a otro tratante. El médico puede decidir que es más conveniente no tratar a un paciente específico, ya sea porque no se tienen los conocimientos suficientes o no es el área a la que se dedica y por lo mismo no va a poder entregarle óptimas condiciones de tratamiento. Pero también puede ser que el paciente justo esté tocando un área particularmente conflictiva para ese terapeuta en dicho específico momento. Por ejemplo, imaginémonos que el médico tratante esté en un serio conflicto matrimonial, le va a ser difícil mantener la necesaria distancia y ecuanimidad mientras el mismo no salga de dicho conflicto y por lo mismo no va a poder entregarse en las mejores condiciones para un paciente con las mismas dificultades.

Lo que sucede es que el terapeuta debe ayudar a construir una atmósfera en al que el Yo del paciente se sienta lo suficientemente confiado y acompañado como para poder ir enfrentándose con lo doloroso que está reprimido. Aquellas cosas que en el pasado reprimimos fueron la mejor alternativa a la que accedimos en dicho momento. Por ejemplo, a un niño con padres rígidos y con conductas fácilmente violentas no le quedó otra que acomodarse a dicha situación haciendo todo lo posible por ceñirse a esas reglas evitando el surgimiento de violencia de los padres. Para eso tuvo que sacrificar una parte importante de su propia individualidad, autonomía y determinación; pero es que no le quedaba otra alternativa, siendo un niño no podía desafiar a unos adultos que, más encima, eran sus padres.

Su aparato psíquico se acomodó lo mejor que pudo a una circunstancia adversa y ese acomodo fue lo suficientemente exitoso para permitirle seguir creciendo y desarrollándose hasta transformarse en un adulto. El problema es que aquello que le sirvió de niño ahora de adulto ya no le es conveniente. No le sirve sentir angustia frente a la menor posibilidad de flexibilizar ciertas conductas o cuestionar la autoridad (por ejemplo, representado por los jefes o los profesores) o de plantearse la alternativa de seguir un camino propio o de seguir aceptando abusos (de los mismos padres o de otras figuras que de una u otra forma los representen).

En esas áreas en conflicto el desarrollo psíquico del paciente se ha quedado detenido, mientras en otros acápites de la vida psíquica ha logrado un funcionamiento adulto. Justamente eso es lo que marca la gran diferencia y de lo que nos vamos a valer en la psicoterapia para poder ayudar en la mejoría del enfermo. Cuando como niño, y siguiendo con el ejemplo, tuvo que acomodarse a un cierto tipo patológico de funcionamiento, en su desarrollo todavía no había una parte adulta a la que recurrir, pero ahora de adulto sí que existe esa parte y, no menos importante, ya no está sometido a las mismas circunstancias de indefensión de la niñez. Su realidad es otra.

Ahora bien, eso que a un observador externo (como el terapeuta) puede hacérsele tan evidente, que los aconteceres son otros y que por lo mismo puede actuar de distinta manera, el paciente puede no verlo o si algo alcanza a ver, no ser en absoluto capaz de actuar de una manera diferente a pesar de todo el empeño que le ponga.

Es la psicoterapia con sus particulares características que va a ir construyendo un medio en que el Yo del paciente se aventure a ir explorando. Es una exploración a un reino desconocido, el inconsciente. Precisamente esta labor de exploración es la que vemos repetidamente simbolizada en los relatos que atraviesan diferentes culturas y que se refieren al viaje del héroe. El terapeuta va a ser primordialmente un acompañante. Por supuesto, que como acompañante va a poder tomar un rol más o menos activo de acuerdo a como lo ameriten las circunstancias.

Pero insistamos en que lo fundamental es la creación de un ambiente de confianza donde el Yo del paciente se atreva a explorar, a probar, a descubrir. Donde se de la posibilidad incluso de equivocarse sin temor a las represalias.

En este viaje de descubrimiento, que llamamos proceso de individuación, el individuo se va haciendo más armónico consigo mismo, va fluyendo más acorde a sus propios deseos e intereses y va ampliando su capacidad para experimentar amor. Eso va aconteciendo a medida que la comunicación consciente-inconsciente se va constituyendo más fluida y el inconsciente tiene la posibilidad de expresarse, estableciendo una especie de negociación con el consciente expresado en el Yo. El Yo puede decir: “está bien, esto que me está señalando el inconsciente que haga (por ejemplo, abandonar alguna actividad que cada vez se hace más intolerable; o todo lo contrario, establecer nuevas actividades) lo voy a hacer pero necesito prepararme. Necesito planificar y esperar el momento oportuno”.

A medida que el Yo se fortalece, incorporando material del inconsciente, se puede ir produciendo ese diálogo en que le estamos dando la oportunidad de expresión al inconsciente, estamos escuchando lo que nos tiene que decir, y por lo mismo no le va a ser necesario expresarse de súbito y sin control (como podría ser provocar un serio conflicto laboral que termine en el despido, o en la relación de pareja que termine en una ruptura violenta).