Dr.Rafael Estay Toloza

Antes que el niño sea, su primer contacto es con el pecho de la madre que le presta su primera representación de ser, incluso antes de que sea sentida una diferencia entre el ser y la madre.

En 1958 Donald Winnicott publica un artículo llamado “La capacidad para estar solo” (1) donde postula que dicha capacidad “constituye uno de los signos más importantes de madurez en el desarrollo emocional” y que en la literatura psicoanalítica se ha escrito mucho más sobre el miedo a estar solo o sobre el deseo a estar solo que sobre la capacidad para estar solo y los aspectos positivos que conlleva.

Estamos hablando de la capacidad del self para estar solo consigo mismo. Pero antes de eso tiene que haber aparecido el yo. En un comienzo la identidad personal es sólo una potencialidad. Para Winnicott hay un potencial de desarrollo heredado primario que se manifiesta como una fuerza para el desarrollo físico y psicológico. Hay una unidad soma-psique sobre la que se aloja la mente. Los procesos de maduración tienen una base biológica, “Existe una pulsión biológica tras el progreso” y que este progreso “arranca en fecha ciertamente anterior al nacimiento”(2).

En un primer momento habría una “soledad esencial” en que no hay un yo suficientemente maduro como para experimentar dicho estado. Lo que se le manifiesta al infante es una angustia de aniquilación o angustia inconcebible cuyo origen son las pulsiones biológicas no tramitadas de manera adecuada por el yo auxiliar de la madre. No obstante, en un estado normal la unidad madre-hijo es capaz de prestar las condiciones necesarias para que se pueda ir expresando el desarrollo genético del yo (3). Winnicott señala “la experiencia de soledad puede producirse en una etapa muy temprana, cuando la inmadurez del yo es naturalmente equilibrada por el yo auxiliar de la madre” (1) y más adelante agrega “Los infantes llegan a ser de manera diferente, según las condiciones sean favorables o desfavorables. Al mismo tiempo, esas condiciones no determinan el potencial de la criatura. Este es heredado y resulta legítimo estudiarlo como un tema separado,  siempre y cuando se acepte que el potencial heredado por un infante no puede convertirse en un infante a menos que esté vinculado con el cuidado materno”(4). Vemos como subraya la importancia esencial de la madre. Ella es la que le va a posibilitar las primeras experiencias de estar solo en comunicación consigo mismo y, lo que es fundamental, sin necesidad de reaccionar al medio sin la metabolización necesaria. Las posibilidades son o ser o reaccionar.

En el período más primitivo describe 3 etapas de dependencia (3,4) : Dependencia absoluta en que no hay ningún control por parte del infante, ni siquiera puede ser consciente de los cuidados maternos y sólo es testigo de la homeostasis o las perturbaciones. La segunda etapa es de dependencia relativa en que ya se da cuenta de los cuidados maternos como una extensión de sus impulsos personales, es decir, ya ha comenzado la existencia del yo, y “en un tratamiento psicoanalítico, puede reproducirlos en la transferencia.” La última etapa la denomina Hacia la independencia donde ya existe un yo con las herramientas necesarias para postergar la satisfacción de necesidades sin verse envuelto en angustias aniquilatorias. Ya hay interiorizados objetos buenos en quienes apoyarse.

Ahora bien, ¿cuando podemos hablar de un yo?. Winnicott se pregunta“¿existe un yo desde el principio?” y se responde “La respuesta es que el principio está en el momento en que empieza el yo” (4) y ese principio estaría en la etapa de dependencia relativa. Antes existe una potencialidad que podría recordar a lo que algunos llaman área libre de conflicto del yo. Winnicott lo llama self central o verdadero. (1,3,5,6) “Puede decirse que el self central (o verdadero) es el potencial heredado que experimenta una continuidad del ser y adquiere a su propio modo y a su propia velocidad una realidad psíquica y un esquema corporal personales”(4) Pero de yo sólo vamos a poder hablar cuando éste sea consciente de existir, cuando haya una continuidad temporal.

Parece natural plantear que el yo no va a desarrollarse de la misma forma si su primera percatación esté dada por una carencia o por una satisfacción. Si ese primer estado estuviera dado por una carencia querría decir que el estado más primitivo es un estado negativo, de “falta de”, que es diferente a que el ser se haga consciente de si cuando está satisfecho. En este último caso su “yosidad”, o su apropiación de yo, se produce en forma natural, como un florecimiento espontáneo secundario al impulso maduracional biológico. En el primer caso, se trata de una reacción que impide el desarrollo espontáneo, en el segundo consiste en un hacer yo  sin reaccionar.

Si las cosas van marchando bien irán desenvolviéndose los procesos de maduración y el yo se ira relacionando con la entidad soma-psique dando comienzo al sí mismo o self. “Se verá que el yo se ofrece para su estudio mucho antes de que la palabra  self  tenga alguna pertinencia. La palabra self llega después de que el niño ha comenzado a utilizar el intelecto para mirar lo que otros ven, sienten u oyen, y lo que conciben ante su propio cuerpo infantil”(4).

El yo va a ir estableciendo relaciones bipersonales, siendo la primera con la madre, y luego tripersonales que nos permite entender la relación edípica que no es posible de plantear en términos bipersonales. Winnicott propone como natural hablar entonces de una relación unipersonal “¡qué natural resulta retroceder un paso más y hablar de una relación unipersonal!”(1)  No es un estado en que se esté realmente solo y que traiga aparejada una angustia inimaginable que obligue a reaccionar al self sino que muy por el contrario “muchos individuos se vuelven capaces de disfrutar la soledad antes de haber dejado atrás la niñez, y pueden incluso valorar la soledad como uno de sus bienes más preciosos.” Agrega que “La capacidad para estar solo es un fenómeno sumamente refinado que aparece en el desarrollo de la persona después del establecimiento de relaciones bipersonales.”(1) Un requisito indispensable para que se desarrolle dicha capacidad es la experiencia de estar solo, en la infancia y en la niñez, en presencia de la madre. Es decir, no es posible estar solo si previamente no se ha desarrollado la relación bipersonal con la madre. Esto le va a dar al self  la confianza básica necesaria para poderse relacionar a solas consigo mismo.

Propone el nombre de “relacionalidad del yo” y dice que “es la relación entre dos personas en la cual por lo menos una de ellas está sola; quizás lo estén ambas, pero la presencia de una es importante para la otra”(1). En dicho estado hay una ausencia de tensión del ello y el yo es libre de experimentar una interioridad gozosa mientras reaparece la tensión del ello. Es importante repetir que se trata de un estado placentero y Winnicott pone el ejemplo de lo que se siente después de un coito exitoso mientras ambos gozan de su soledad al lado del otro. Masud Khan (7) , discípulo de Winnicott, dice que es una capacidad del yo, la denomina estar en barbecho  “es un estado transitorio de experiencia, un modo de emparentarse con una quietud despierta y con una conciencia receptiva y ligera” y agrega que dicha disposición nos da “el sustrato energético de la mayoría de nuestros esfuerzos de creación y autoriza…la experiencia interior latente”(5).

La capacidad para estar solo depende de la existencia de un objeto bueno interno “la madurez y la capacidad para estar solo implican que el individuo ha tenido la oportunidad de establecer la creencia en un ambiente benigno, gracias a un quehacer materno lo suficientemente bueno. Esta creencia va construyéndose mediante la repetición de gratificaciones instintivas satisfactorias”(1). El descubrimiento de la propia vida personal sólo es posible cuando se está solo y no se está reaccionando a los estímulos externos. Cuando el lactante está solo hace algo parecido al adulto que está relajado.

Dice Winnicott “El infante puede volverse no- integrado, vacilar, permanecer en un estado en el que no hay ninguna orientación, existir durante un tiempo sin ser un reactor a una intrusión externa…Está preparado el escenario para una experiencia del ello. Al cabo de cierto lapso llega una sensación o un impulso” (1).

Luego habla del “orgasmo del yo” y se pregunta si tiene algún valor considerar al “éxtasis” como un orgasmo del yo. En este estado no hay una excitación física que tenga que llevar a un clímax físico a diferencia de la excitación sexual. “El niño denominado normal es capaz de jugar, excitarse mientras juega y sentirse satisfecho con el juego, sin experimentar la amenaza del orgasmo físico de una excitación local”(1).

La experiencia de estar a solas sin necesidad de reaccionar y gozando de ese estado es el precursor de cualquier estado meditativo posterior que vaya a experimentar el adulto. Es así como en un comienzo la capacidad de estar solo otorga el espacio para el florecimiento del self. Cuando a través del yo puede el self observarse a sí mismo se desencadena un proceso creativo y apuntalador en que las pulsiones del ello están al servicio de la maduración. Se produce un proceso de guía interno como si se estuviera desarrollando un algoritmo biológico asentado en armonía con las potencialidades e intereses del self verdadero en crecimiento. Una vez en la adultez el self verdadero ya establecido, va a poder recurrir a ese espacio transicional de relación consigo mismo en que no entra nada más. Es un espacio por así decirlo, sagrado, protegido. Y acá surge una nueva paradoja. Para poder seguir avanzando en el “proceso de individuación”(8), tomando prestada una expresión de Jung (9), es necesario que el self se permita una introspección tal en que exista la posibilidad de perder el control sobre sí mismo como ocurre con el orgasmo físico en cuyo clímax ya no hay control sino que una satisfacción sin barreras como si por algún instante el self sólo estuviera formado por bienestar y placer.

No obstante, de lo que Winnicott está hablando cuando se refiere al orgasmo del yo difiere en dos aspectos de lo anterior. Por un lado es un orgasmo sin agitación física, por el contrario, la agitación física puede señalarse como un impedimento para conseguir ese estado de clímax yoico y por otro lado habla de orgasmo del yo cuando quizás lo que debiera decir es orgasmo del self. En un estado místico la experiencia de éxtasis es experimentada por la totalidad, es decir por el self que naturalmente tiene incorporado al yo como una de sus partes. Pero la experiencia no se queda sólo ahí. El self se une a lo que es descrito como una experiencia oceánica, cósmica, en que sus límites son trascendidos.

Así como en un principio se necesitó de la capacidad de estar solo como una función integradora que permitiese formar un self verdadero; una vez formado el self no se detiene y aparece la creación en su más amplio espectro. La creación cultural, artística, religiosa. Todas esas actividades lo que le dan al self es placer. Son actividades simbólicas del placer que el self crea y presenta al mundo. Quizás, podríamos decir que son actividades post-verbales. Es decir, están más allá de la expresión verbal y no pueden restringirse a ella. No obstante, se asientan en el desarrollo pre-verbal y verbal. Como último grado de desarrollo del self y cuando se cumple en  plenitud el proceso maduracional o de desarrollo, también llamado camino interno o espiritual, es cuando el self puede experimentar el placer pero ya no sólo confinado a sí mismo sino que haciéndose partícipe de toda la creación alcanzando un orgasmo del self.

BIBLIOGRAFÍA

  • Winnicott Donald W. La capacidad para estar solo.
  • En: Winnicott Donald W. Los procesos de maduración y el ambiente facilitador: estudios para una teoría del desarrollo emocional. 1ª ed. Buenos Aires: Paidós;  2002. p. 36-46.
  • Davis M, Wallbridge D. Límite y espacio: Introducción a la obra de D.W. Winnicott. Buenos Aires: Amorrortu; 1988.
  • Khan Masud R. Temas de psicoanálisis sobre Winnicott. Buenos Aires: Ecos editores; 1975.
  •  Winnicott Donald W. Los procesos de maduración y el ambiente facilitador: estudios para una teoría del desarrollo emocional. 1ª ed. Buenos Aires: Paidós; 2002.
  • Winnicott D. W, Green A, Mannoni O, Pontalis J.B y otros. Donald W. Winnicott. 1ª edición. Buenos Aires: Editorial Trieb; 1978.
  • Panceira A. Clínica psicoanalítica, a partir de la obra de Winnicott. 1ª edición. Buenos Aires: Editorial Lumen; 1997.
  • Winnicott D. Sostén e interpretación, fragmento de un análisis. 1ª edición. Buenos Aires: Paidós; 1996.
  • Estay R. Sobre el proceso de individuación en Carl Gustav Jung. Rev Chil Neuro-Psiquiat 1989; 27: 271-74.
  • Winnicott C, Shepherd R, Davis M, editores. Psychoanalitic explorations Winnicott. Cambridge: Harvard University Press; 1989.